Que ve la mirada que ve

 


 


En sus últimos momentos de vida al Libertador lo acompañaron los Generales Mariano Montilla, José María Carreño, José Laurencio Silva, José de La Cruz Paredes, Joaquín de Mier, el doctor Próspero Révérend, el notario José Catalino Noguera, su sobrino Fernando Bolívar Tinoco y su mayordomo José Palacios, entre otros más. De estos personajes no sabemos, en mi caso particular, quienes están presentes en la obra de
Herrera Toro que acá nos ocupa.


En la obra de Antonio Herrera Toro “Muerte de Bolívar en Santa Marta” hay múltiples miradas, e incluso uno que ya no desea o no puede mirar.


Hay doce miradas que están comprometidas con el drama penoso que se desarrolla.

El cura en su lectura bíblica, aunque no es un libro de tapa negra, podríamos decir que tiene su mirada puesta en el alma de moribundo. Intenta velar por ella mientras le aplica los santos oleos y dirige sus plegarias para su salvación. En este instante, está más atento a la lectura. Y ocupa un lugar aparte en el cuadro. 

 

En medio de ambos, entre El Libertador y el cura, está un personaje con la mirada  ausente, una mirada entregada, resignada ante lo inevitable. Su mano extendida se posa suavemente en el brazo de El Libertador.


Luego está el grupo de los amigos de El Libertador quienes han estado velando por él. Entre éstos hay militares y civiles. Todas las miradas son de consternación.

Iniciamos este recorrido con el personaje más alejado de nosotros y más cercano a Simón Bolívar. Un militar que en su uniforme tiene pantalón blanco; está cabizbajo con sus manos tomadas en actitud de respeto, su mirada parece posarse sobre el cuerpo
del caraqueño, pero no es así. Es una mirada ausente, introspectiva, vuelta sobre sí. Una mirada que piensa, que reflexiona sobre lo que está por suceder. Los ojos parecen estar cerrados recogido el pensamiento sobre sí mismo.




Quien está a mano derecha, del anterior personaje, con los brazos cruzados sobre el pecho parece haber girado la cabeza hacia el pintor. Mira hacia fuera del cuadro. Una mirada triste, una de congoja, pero ésta está dirigida a lo exterior de la escena. Como si buscara consuelo en quien lo mira la escena desde afuera. Voltea para ver quien mira.
Es el recurso de Velázquez. 

 

A mano derecha de éste personaje hay otro militar, con las manos puestas hacia atrás. Su mirada parece estar puesta sobre el cura, ha levantado la mirada del cuerpo del amigo para seguir los ritos religiosos que se llevan a cabo en ese momento. Este personaje oculta el rostro y la mirada de quién está detrás de él en la composición artística. Nos perdemos en esa mirada, nos he negada por el pintor. 

 

 

A renglón seguido, hay un civil con la mano en la barbilla. Éste mira directamente al Libertador, está atento del enfermo. Del último hilo de vida que en él se debate. A espalda de este civil, hay otro civil que porta una chaqueta corta, está desconsolado.


Éste ha dado la espalda a la escena, cubre su rosto y su mirada con la mano. En un gesto de detener el llanto, al no poder abarcar el desenlace; la emoción lo abruma. Aquí no hay mirada. 

 

Sobre su hombro se posa la mano de consuelo de un militar, que da la impresión, que acaba de entrar a la habitación. La mirada de este militar se posa sobre El Libertador, parece presentir el fin del desenlace. Su cuerpo se inclina levemente presto a atender cualquier requerimiento.


Por último, en la escena pictórica El Libertador, reposa su cuerpo sobre unos almohadones; su cabeza un tanto ladeada hacia su lado derecho y con los ojos aparentemente cerrados, es el personaje principal de esta escena. En El Libertador no hay mirada, ésta está apagada, moribunda. El proyecto libertario se consume en él.


Hemos presenciado diez miradas. Dos miradas nos quedan pendientes. Primero, la del artista que mira y recoge el registro del drama como un cronista o un notario, quiere dejar asentado el suceso histórico que se desarrolla en estos momentos. 

De esta mirada notarial se sirve el espectador, que es el último en posar su mirada sobre el cuadro. Está alejado del drama, éste no lo toca. No obstante, participa estética del mismo. Pues a él le compete la experiencia estética de la tragedia que ha sido convertida en lienzo. El espectador, la última mirada posible, ha de emitir su juicio
estético, por eso mira. Se hace partícipe de lo que ahí ha ocurrido y a través de su experiencia estética lo hace presente. La mirada se hace hoy.

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