El saber ilegitimado: lo sublime
Dentro de la noción de lo impresentable, el espectador y el hacedor están determinados por la posibilidad de no llegar a ser consensuados o reconocidos; pues ellos deben ser corporativamente reconocidos como lo ínfimo ante lo grande. En este sentido, el individuo es la nada ante la magnitud. Ya que, el saber instituido y el sistema económico imponen las reglas a las cuales está sometida toda posibilidad de ser. Según esto, la realidad existe si ella es confirmada por un consenso de socios, que versa sobre los conocimientos y compromisos ya establecidos. Es la concepción institucionalista que avala o no el reconocimiento de un hacer, de lo que es arte y lo que no lo es.
Existe una complicidad entre el capital y la vanguardia, entre la fuerza del escepticismo y la destrucción por el capitalismo que estimula en los artistas la negativa de confiar en las reglas establecidas; además, de experimentar con medios de expresión y materiales siempre nuevos.
La idea de la interdisciplinaridad pertenece, en este sentido, a la época de la desligitimación y a su urgente empirismo. Pues, la relación con el saber no conlleva en sí la realización de la vida del espíritu o de la emancipación de la humanidad. Es, por el contrario, la actividad de los utilizadores conceptuales de materiales complejos y que son, a la vez, beneficiarios de estas actuaciones. Los mismos no disponen de un metalenguaje ni de un metarrelato que les permita formular la finalidad y el uso adecuado de tales conceptos. Solo cuentan con el “brain storming” para reforzar sus actuaciones[i]. Sin embargo, se extravían en el discurso y en el no encuentro del relato.
Los relatos son los que determinan los criterios de competencia e ilustran su aplicación, definen lo que tiene derecho a decirse y a hacerse en la cultura. Como ellos son parte de este lenguaje se encuentran legitimados[i]. El relato establecido abdica de la idea de emancipación, de la credulidad, de la comodidad de la mirada. Entra en contradicción al multiplicarse los anti-signos, que proceden de la erosión interna del principio de legitimidad del saber. Al relajar la condición de lo fijo se instaura una práctica lingüística que aparentemente legitima su interacción comunicacional, pero no el no-poder decir. En este caso, no es posible una práctica lingüística posible.
Los relatos, en tanto juegos de lenguaje, se hacen juegos de información en un momento considerado. Son también juegos de suma y por ese hecho nunca las discusiones se arriesgan a establecerse sobre posiciones de un equilibrio mínimo, se dan más bien por el agotamiento de las invitaciones; éstas están constituidas por conocimientos o informaciones y la reserva de éstos. Donde la reserva de enunciados posibles es inagotable. Se apunta hacia una política en la cual son igualmente respetados el deseo de justicia y el de lo desconocido[ii].
Con esto termina la idea de la constitución del sujeto, que enmarca la desconfianza en los relatos caracterizados por una inconmensurabilidad entre la pragmática narrativa popular, que es legitimante, y el juego de lenguaje, que es la cuestión de la legitimidad o de la legitimidad como referencia al juego interrogativo.
Desde esta perspectiva, se aborda el problema del sentido sin posibilidad de resolverlo. Ni por la esperanza en la emancipación de la humanidad ni por la práctica para alcanzar una sociedad transparente. El discurso liberal o neoliberal parece difícilmente creíble. Es lo que Benjamin llama, nos dice Lyotard, «pérdida de aura», estética de «choc», destrucción del gusto y de la experiencia, es el efecto de este querer un poco cuidadoso con las reglas. Esto es, las tradiciones, los objetos y lugares cargados de pasado individual y colectivo, las legitimidades recibidas, las imágenes del mundo y del hombre venidas del clasicismo. Incluso las legitimidades conservadas son los medios para llegar a su meta, que es la gloria de la voluntad[iii].
A partir de lo anterior, el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito se dispersan en encrucijadas de elementos lingüísticos y narrativos[iv]. Lo sublime es ubicado en los límites de la demencia, pues éste produce ciertos espasmos que prohíben pensar en lo absoluto, ya que el límite es parte del método del entendimiento y no puede ser pensado como un objeto. De allí, que el principio de la adquisición del saber, el cual es indisociable de la formación (Bildung) del espíritu e incluso de la persona, cae aún más en desuso[v].
El horizonte aparece como un no-desarrollo. La mezcla de miedo y exaltación que se da en el sentimiento sublime es un hecho insalvable. Ya que nos encontramos de que “el capitalismo tiene el poder de desrealizar los objetos habituales, los papeles de la vida social y las instituciones, donde las representaciones llamadas «realistas» solo pueden evocar la realidad en el modo de la nostalgia o de la burla, como una ocasión para el sufrimiento más que para la satisfacción”[i], en tanto que experiencia estética.
De allí, que lo sublime constituye la estética del Arte Moderno. Ésta reemplaza a la estética de lo bello que imperó desde la antigüedad hasta inicios del siglo XX y libera al espectador de las limitaciones de esta última categoría. Al respecto, Lyotard indica que la estética del Arte Moderno, signada por la estética de lo sublime, tiene la característica de que es nostálgica; la cual permite que lo impresentable en el arte sea invocado como contenido ausente, aun cuando ofrece al espectador consuelo y placer[ii].
Con lo sublime, la imaginación es lo ilimitado, lo infinito, lo desproporcionado. En lo sublime, el concepto no tiene presentación y la imaginación entra en el abismo. Se produce la ruptura con el entendimiento y desaparece el sentimiento de lo bello. Lo sublime es un sentimiento diferente. Tiene lugar cuando la imaginación fracasa y no consigue presentar un objeto, que como principio se establece de acuerdo con un concepto[1]. Por esta razón, todas las formas son triviales frente a lo absoluto. Con esto, surge una estética que abandona toda forma.
Como presentación negativa, lo sublime es pensamiento presente, como llamado pero ausente en tanto presentación sensible. Como agente absoluto, la libertad no se da en una presentación. Sin embargo, está presente como llamado a pensar más allá de lo aquí presente.
Lo sublime está presente en la economía capitalista cuando subordina a la ciencia mediante la tecnología, sobre todo las tecnologías del lenguaje. De esta manera, vuelve la realidad cada vez más inasible, sujeta a cuestionamientos y desfalleciente[2].
Para Lyotard, el «sucede» es lo inexpresable. De allí que la ocurrencia, el acontecimiento no pueden ser expresables ni expresados. Es esto una dialéctica negativa movida por el «sucede». Por cuanto, la amenaza que pesa contra “la búsqueda vanguardista de la obra-acontecimiento, contra la acogida que trata de dar al now… Procede «directamente» de la economía de mercado”[3]. Por ello, la relación entre esta búsqueda y la estética de lo sublime es ambigua y hasta perversa.
Obed Delfín[4]
Coordinador-Investigador DATPA
[1] Ibid, p. 6.
[1] Lyotard. La posmodernidad, p. 15.
[1] Jean-François Lyotard. La posmodernidad (explicada a los niños), Barcelona, Gedisa editorial, 1996, p. 25.
[1] Ibid. p. 21.
[1] Ibid. p. 109.
[1] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 108.
[1] Email: obeddelfiniartes@gmail.com - +58-4149138602. Las fotos son del autor.
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